Llegó mi hijo: ¡papá quiero
entregarte un regalo y nos vamos al Rocío!, él me decía: tú ves a tu Virgen, almorzamos
en el Rocío y regresamos a Triana. Yo le digo: Tú me das el regalo en el Rocío
pues conforme.
Llegamos a la Ermita, mi hijo
dirigiendo mi carrito hasta la Señora, había una boda, pero yo en mi carrito
llego hasta la reja. Me salgo de mi carrito y me agarro, rezo mis oraciones a
mi manera y termino hablando en silencio con Ella.
No sé cuántas lágrimas en tan
poco tiempo, salimos de la capilla y fuimos a tomar un refresco en el bar más
cercano. Ya sentados mi hijo, mi señora y mi nieto no pude aguantar más y le
dije a ellos: Ustedes no me creen, pero he hablado con la Señora, como hace
muchos años cada vez que voy a visitarla ¡yo le hablo y ella me contesta con la
mirada! Y este día me ha dicho que sabía que iba a venir a verla, porqué sabía lo
que me comunicaron ayer de mi salud, me
decía que le dio alegría como a mí y que me dio la sorpresa de sonreír para mí,
que me espera cuando vuelva a la Ermita a verla, porque esas lágrimas que tú has
echado era agua bendita de la que tu
guarda en el corazón.
Mi familia que me escuchaban en
silencio, en alguna cara se veía sonrisa ¡pero algunos también soltaban sus
lagrimitas! Y sobre todo me vieron llorar como un niño, un niño que cumplía
años y no sabe nadie lo contento que ha vuelto a Triana, después de haber visto
a mi Virgen del Rocío.
Viva Tú Rocío. Puede que fuera un
sueño pero muy bonito.
Gracias al muchacho de la
Hermandad que me abrió la puerta de la Ermita para que yo entrara con mi
carrito, a la pareja de novios que se casaron en ese momento, no los conozco pero
le deseo que sean muy felices.